12 de julio de 2011

La ciudad de los pozos

Esa ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta.
Esa ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes, pero pozos al fin.
Los pozos se diferenciaban entre sí no sólo por el lugar en el que estaban excavados sino también por el brocal.
Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos, pozos humildes de ladrillo y madera, y algunos otros más pobres, con simples agujeros que se abrían en la tierra.
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal, y las noticias se propagaban rápidamente, de punta a punta del poblado.
Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún pueblito humano,
La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se preciara debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no era lo superficial sino el contenido.
Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas.
Algunos se llenaban de joyas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Los hubo que optaron por el arte y fueron llenándose de pinturas, pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas.
Pasó el tiempo.
La mayoría de los pozos se llenaron hasta el punto de que no pudieron incorporar nada más.
Los pozos no eran todos iguales, así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior.
Al primero de ellos, en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose.
No pasó mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada: todos los pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder tener más espacio en su interior.
Un pozo pozo pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver que sus camaradas se ensanchaban desmedidamente. Pensó que si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad.

Quizá a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho.
Pronto se dio cuenta de que todo lo que tenía dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo, debía vaciarse de todo contenido...
Al principio tuvo miedo del vacío, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo.
Vacío de posesiones, el pozo empezó a hacerse más profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había desprendido...
Un día, inesperadamente, el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa: dentro, muy adentro, y muy en el fondo, ¡encontró agua!
Nunca otro pozo antes había encontrado agua...
El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y, por último, sacando el agua hacia fuera.
La ciudad nunca había sino regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del agua, revitalizada por el agua, empezó a despertar.
Las semillas de sus entrañas brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en tallitos endebles que se volvieron árboles después...
La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo, al que empezaron a llamar El Vergel.
Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro.
-Ningún milagro -contestaba El Vergel-. Hay que buscar en el interior, hacia lo profundo...
Muchos quisieron seguir el ejemplo de El Vergel, pero abandonaron la idea cuando se dieron cuenta de que para profundizar debían vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas...
En la otra punta de la ciudad, otro pozo decidió correr también el riesgo del vacío...
Y también empezó a profundizar...
Y también llegó al agua...
Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo...
-¿Qué harás cuando se termine el agua?- le preguntaban ahora.
-No se lo que pasará -contestaba-, pero, por ahora, cuanta más agua saco, más agua hay.
Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento.
Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma...
Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.
Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva idea.
No sólo podían comunicarse de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino de la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto:
La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí aquellos que tienen coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar...

Parábola tradicional, en versión de Jorge Bucay.